Verán: tengo algo en común con Chen.
El de pequeño soñaba con tener un equipo de futbol (Dani dixit) y yo soñaba con ser piloto de avión. Recuerdo tardes en el mirador del Prat viendo aquellos aparatos elevándose al cielo y aterrizando en nuestros suelos. Soñaba con poder ser uno de esos intrépidos pilotos que día tras día se levantaban para surcar los cielos.
Pero la vida es caprichosa, y en la que las operaciones matemáticas se complicaron entendí que tenía otras virtudes y que los sueños, a veces, no se cumplen.
Pero hay otra cosa en común. Yo por fin pude pilotar y el tener su club. Les explico: En un vuelo a Sicilia el piloto se encontró indispuesto y pidieron a alguien que supiera pilotar que fuera a cabina. En mi cabeza todo iba a mil revoluciones, me levanté de mi asiento y con un inglés de Cambrils exclamé un “I’m a Airbus Pilot!”
Pude escuchar los aplausos, la gente gritándome y animándome mientras yo me crecía en mi papel, paso a paso, camino a esa cabina.
Me senté a la derecha y el copiloto me explico que el ejercería de capitán y que yo simplemente me podía encargar de las comunicaciones por radio. La primera fue con Sicilia aproximación y todavía la tengo presente “Alpha Tango Eco, descienda a 10.000 pies y espera vectores de aproximación” a lo que yo le di una traducción diferente a mi piloto, sabía que podíamos descender a altitud de transición (6000 pies) y aterrizar ganando tiempo (si, esa maldita música de Ryanair). Más tarde le convencí de que desconectara el piloto automático, que me podía encargar del avión. Mis dotes comunicativos me ayudaron, pero ahí todo comenzó a cambiar. Entramos en un banco de nubes, perdí la visual con el campo (la tierra) y me desorienté. Lo que comenzó con una mala traducción, un engaño y mi poder de labia estaba apunto de acabar en accidente, en tragedia.
Creo que Chen y yo tenemos más cosas en común. En realidad ambos tenemos un miedo, el miedo a volar.